
Adrian Newey fichó por Aston Martin para imaginar el coche del futuro. Pero en Silverstone, la urgencia ya no entiende de calendarios. El preocupante arranque del AMR25 podría obligar al genio de la aerodinámica a intervenir antes de lo previsto… y a contrarreloj.
El equipo británico, que soñaba con dar un paso adelante en 2025 tras la inversión masiva en infraestructura y personal, se ha topado con una realidad incómoda: su coche no es solo lento, sino incoherente. La sensibilidad al viento, la falta de eficiencia aerodinámica y la ausencia de velocidad punta han convertido cada fin de semana en un suplicio. Ni siquiera Fernando Alonso ha podido camuflar las carencias con su habitual magia.
“No somos lo bastante rápidos ni para estar en el top 10. Ni siquiera en el top 18”, dijo el asturiano tras quedar 11.º en Japón, en una carrera que calificó como “casi milagrosa”.
Una estructura en plena ebullición
La llegada de Newey coincidió con una serie de terremotos internos. Enrico Cardile, aún en “gardening leave” forzoso desde Ferrari, debería ser el nuevo director técnico… cuando la Scuderia lo permita. Mientras tanto, el organigrama técnico ha sido reestructurado al menos dos veces en los últimos meses.
La presión viene de arriba. Lawrence Stroll no es un patrón paciente. Y aunque el fichaje de Newey fue anunciado como una apuesta de futuro —con vistas al cambio normativo de 2026—, en Aston Martin saben que el presente se está desmoronando.
El dilema Newey: ¿crear o corregir?
Históricamente, Newey ha evitado intervenir en coches heredados. Su estilo es el del creador que parte de una hoja en blanco. En su autobiografía fue tajante al describir el RB2 que encontró en Red Bull: «Sobrecalentado, sin carga, mal manejado y con un cambio de marchas poco fiable. Aparte de eso, todo bien». Su impulso natural es diseñar, no remendar.
Pero los malos resultados —doble eliminación en Q2 en Australia, retiro de Alonso y posiciones marginales en China y Japón— han dejado al equipo sin excusas. Internamente ya se habla de redirigir a Newey hacia el AMR25, aunque eso suponga desviar su talento de su verdadero cometido: el coche de 2026.
¿Tirar la toalla?
La pregunta, entonces, es si Aston Martin debe seguir intentando mejorar el AMR25… o admitir que está ante un concepto fallido. Como el propio Newey escribió, “hay que saber cuándo dejar de azotar al caballo muerto”. El problema es que en Silverstone no abunda la paciencia.
“Dibujar con pasión” es su lema. Pero para ello necesita creer en lo que está dibujando. Y nada indica que el AMR25 sea el lienzo que inspire su próxima obra maestra.
En una escudería atrapada entre la impaciencia del presente y las promesas del futuro, la figura de Newey representa ambas cosas. Su intervención puede marcar el límite entre un 2025 caótico y una reconstrucción efectiva. Pero el riesgo es desviar su visión del coche que realmente podría cambiar el destino del equipo.
En Aston Martin, como en la F1, todo es cuestión de tiempo. Y el reloj, de momento, no corre a su favor.