
En Alpine, la tormenta nunca cesa. La dimisión de Oliver Oakes como jefe de equipo y la llegada de Franco Colapinto en sustitución de Jack Doohan no son hechos aislados. Son síntomas de un proyecto atrapado en una espiral de rotación directiva, decisiones opacas y falta de rumbo claro.
Oakes abandona su cargo apenas un año después de asumirlo, justo cuando parecía haber estabilizado el equipo. Su salida coincide —no casualmente— con la promoción de Colapinto al primer equipo, un movimiento que venía fraguándose desde pretemporada. Según fuentes internas, Oakes quería dar más tiempo a Doohan; Flavio Briatore, asesor ejecutivo con creciente peso, apostaba abiertamente por el argentino. El conflicto de visiones se saldó con la salida del británico.
Ambos implicados niegan desacuerdos. Briatore publicó un comunicado afirmando que la relación con Oakes era «excelente» y que su dimisión responde a motivos personales. Oakes, por su parte, lo respaldó públicamente. Sin embargo, el trasfondo sugiere un pulso entre la gestión deportiva y la influencia comercial del italiano, quien cerró acuerdos con patrocinadores argentinos y ha hecho de Colapinto su apuesta personal.
La marcha de Oakes se suma a una larga lista de relevos en la cúpula de Enstone: desde 2021 han pasado cinco responsables principales, y la media de duración en el cargo no alcanza el año. Mientras tanto, Alpine cambiará de identidad técnica en 2026, dejando de ser equipo fabricante para convertirse en cliente de Mercedes.
En un entorno donde otros equipos avanzan con proyectos sólidos y continuidad, Alpine sigue atrapado en un modelo de “transición perpetua”, en palabras de un miembro del paddock. La llegada de Colapinto es una noticia positiva para el automovilismo argentino, pero el contexto en el que se produce deja muchas preguntas abiertas sobre el futuro del equipo… y quién lo liderará realmente.